Without you, without me.
Las luces de la carretera están encendidas a una suerte de azar sin patrón alguno, van bañando a duras penas las pocas ráfagas de carros que aun a estas horas persisten entre las calles de Maracaibo. Johana tambalea su cabeza de un lado a otro como jugando con el aire, como queriendo que el aire juegue con sus pelos.
Ocasionalmente me mira, y con la misma ligereza me presto para tender mis pupilas hacia ella, intentando recoger algun detalle de información que resuelva el enigma que toda ella representa. Ahí, quieta, medio inquieta, sin ánimos de hablar, con el ambiente cortado, dilatado por los meses de risas gordas y vacías, prófugos de los ojos moribundos de la grisácea realidad cotidiana. Ahí, quieta y pura, liviana, hablaba silencio, era como café recalentado, cansado, sin ganas de parar, pero con ganas de parar, con sabor a café, a ron, a pizza añeja, al olvido de un porro desolado, a tristeza callada. Ahí estaba ella, moviendo su cabeza, en rítmicos semi círculos, oscilando en ciclos de dulce paranoide esquizofrenia, de no aceptación, de amargos tragos de vida, de café recalentado, ron, muertes pasajeras, calles llenas de porros gastado de mil personas distintas. Y todo esto mientras curzábamos los ríos de asfalto sin ir a ningún lado, buscando escapar del dolor, viviendo el brillo del desagradable sabor de la tristeza cantando en nuestros ceños fruncidos, rompiéndonos la mirada con llantos secos, mientras acariciaba mi pantalón sin buscar bajarme el cierre. Ahí estaba, abajo, en la ruta del dolor, éramos los únicos en un todo que quería recorrer la humanidad entera desde un único lugar, cambiar el mundo con el roce de su mejilla contra mi entrepierna dormida, sin bajarme los pantalones, sin subir ninguna falda, sin ser real, sin café, ni ron, ni porros, ni silencio recalentado, sin pizzas ocasionales, sin miedo a sentir temor, con el corazón azul, con el cuarto sin espacio para nosotros, con el trafico limpio y con el alma cargada de ganas de salir de nosotros mismos, con ánimos de aterrizar en la nada y ver el cielo abrirse en dos por un momento. Ahí estábamos, con café, ron, luces parpadeantes en kilómetros de carreteras mojada, oscuras, llenas de pánico y dolor, de drogas para largarse rápido, de pequeños tickets temporales a la nada, quebrándome la sien mientras sus manos acarician mi entrepierna y mis manos pegadas al volante, y yo y mi lengua se resbalan por la corteza cerebral del paroxismo cósmico que vivíamos, intentando ser jóvenes por siempre, fracasando en el fondo de botellas de licor vacías.
Otro cuento onírico bailando a campo traviesa, con las ventanas abajo, con el llanto hecho canción, en la voz atávica de algun ficticio beodo mental que evocaba a soltar nuestro sueños y nuestras pesadillas, a soltar nuestras piernas y dormir desnudos sin tocarnos.
A tu lado, ahí, esperando por mi, sin ti, esperando por soltar tanto dolor congregado. Preguntándome a donde vamos a llegar, caminando sin rumbo, besando la belleza de tu pensamiento.
La sociedad cansada de asistir diariamente al funeral de todo lo que alguna vez fuera sus sueños. Crecer así te debe convertir en una esquina mental, dividida, lasciva, fragmentada, en proceso de escapar, de crecer para reconstruirse a si misma, o construirse.
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